Disfruto de esos ratos en soledad, en los que mis musas aparecen haciéndome sentir el vértigo que me supone componer un poema.
Encabeza este poemario un sainete, ese ha sido mi reto esta vez y surgió, espontáneo, un día que caminaba por el parque de María Luisa, al llegar a la glorieta dedicada a los hermanos Álvarez Quintero. Allí frente a su fuente me sentí con la necesidad de evocar el espíritu que ellos transmiten en sus obras, siempre desde la humildad y la más profunda admiración, pero también como un pequeño homenaje a la genialidad de ambos escritores sevillanos.